Colectivo de navegantes

Almanaques, lápices, cartas náuticas de papel, compás de puntas. Sextantes, planetas, estrellas, el sol. Durante las dos últimas semanas, éstas han sido las palabras y el equipo de navegación más utilizados a bordo. Impartimos un curso de navegación astronómica. Un día después de salir de Tierra del Fuego en dirección a Sudáfrica tapamos la información del GPS del equipo electrónico. Seguimos utilizando el sistema Ais y el radar para evitar colisiones, pero desde el punto de vista de la navegación volvimos a utilizar únicamente métodos antiguos.

Para explicarlo con brevedad, el método de antaño funciona de la siguiente manera: Primero hay que adivinar dónde estás. Para ello, cada hora trazamos nuestra posición estimada, una pequeña línea cuya dirección equivale al rumbo que hemos mantenido en la última hora, y cuya longitud es la distancia navegada. La suma de todas estas líneas consecutivas acaba dándote una idea aproximada de dónde estás. Pero es posible que hayas sobreestimado la velocidad de tu barco, que te hayas equivocado en la lectura del compás o hayas juzgado mal las corrientes marinas. Esa posición es sólo una suposición. A este ejercicio tan gráfico le sigue la segunda parte del proceso: Gracias a la lectura del sextante de un astro –un planeta, el sol o una estrella– y con una pizca de conocimiento de matemáticas, acabas sabiendo a qué distancia te encuentras de la posición estimada. La parte astronómica del método corrige la falta de precisión de la primera parte. O sea, te dice dónde estás realmente.

Así es como a lo largo de los siglos han calculado los navegantes la posición de sus barcos en el mar. Pero este método tenía un enemigo muy caprichoso. Para calcular tu posición necesitas ver un astro. Aunque puedes aceptar elevados niveles de incertidumbre mientras estás en alta mar, la precisión se vuelve crucial cuando finalmente te acercas a tierra. En mitad del océano, a pocos les importará que estés a cincuenta millas, pero tal vez dejes atrás una pequeña isla si, cuando necesitas una posición precisa, te rodea un cielo gris y apagado. Las nubes son la pesadilla del navegante.


Desde que salimos de la Patagonia hemos estado practicando y mejorando nuestras habilidades de navegación astronómica. Tuvimos dos semanas para perfeccionarla y llevarla al máximo nivel posible. Y así, sin más, puedes aspirar a dar con una pequeña roca en pleno Océano Atlántico. Pero los dioses del mar estaban jugando con nosotros. Dos días antes de llegar a la isla, un cielo nublado nos dejó totalmente a ciegas. La única esperanza que teníamos de lograrlo dependía de una navegación por estima que fuese extremadamente precisa. El menor despiste con las corrientes, el abatimiento, la desviación de la brújula o los cálculos de la variación magnética nos alejaría de nuestro destino. A lo largo de muchas guardias anotamos el rumbo de la brújula cada quince minutos. Éramos muy exigentes con cada uno de nuestros pequeños trazados de línea. Debíamos ser constante y completamente meticulosos en todo cuanto hacíamos.

Enfilación entre Lots wife y Round Island

Albatros

El esfuerzo valió la pena, y al amanecer, y aún sin sol, divisamos el lado norte de la isla. Sonrisas, satisfacción, placer y algo de alivio. Pero tuve este pensamiento: Estoy seguro de que algunos de los estudiantes soñaban con ser ellos quienes tomaran esa última medición astronómica que nos pusiera en el camino correcto hacia la Isla de Gough. A diferencia del éxito de una sola persona a la hora de dar con la isla, nuestro logro fue totalmente colectivo. El esfuerzo de cada persona tuvo el mismo valor. Ninguno de nosotros superó al resto, todos encontramos la isla juntos.

Trazando la estima

El lugar era asombroso, dramático y completamente aislado. Mientras navegamos hacia el sur, a lo largo de su costa oriental, nos vimos rodeados de aves marinas muy especiales. Albatros hollín, errante y de Tristán da Cunha; petreles de barbilla blanca, de anteojos, gigantes del norte y gigantes del sur; pardelas chicas, charranes y priones. Todos ellos a la vez, simplemente maravilloso.

Parte de la tripulación frente a Gough Island

Sabíamos que allí vivía un pequeño grupo de investigadores. Cuando estábamos cerca del único edificio que vimos, pudimos hablar con ellos por radio. Eran un grupo de ornitólogos en una expedición de once meses. Nos saludamos.

Tanto para nosotros como para ellos, éramos la presencia humana más cercana desde hacía tiempo. Y en esa conversación por radio, sin saber muy bien quiénes éramos, desde el archipiélago habitado más remoto del planeta, preguntaron si Skip estaba a bordo y le enviaron saludos.

Kenneth Perdigón

Capitán

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