Casa de botes y la expedición imperial británica

A finales de verano llega gradualmente la oscuridad a la Antártida. Esa tarde el crepúsculo estaba a punto de alcanzar la medianoche. Tres palabras en nuestras mentes: Agua, barco, punto. Waterboat Point. La carta señalaba, tal como Skip nos describió, un pequeño fondeadero poco profundo donde con viento calmo hallaríamos refugio. Nos deslizamos rápidamente entre el hielo. Cada segundo contaba. El silencio era solemne, nos precipitamos sin palabras. Probablemente todos nos preguntamos si las condiciones del hielo del fondeadero serían lo bastante buenas como para pasar la noche allí. Si no, ¿qué haríamos en esa negrura? También nos sorprendió el magnífico paisaje, completamente hechizado por la enigmática luz atezada.

Los dioses estaban de nuestra parte. En la minúscula caleta encontramos un lugar donde anclar y un enorme pedazo de hielo varado al que echarle un lazo y mantener el barco a salvo durante la noche. Casi todos se acostaron, y mientras comíamos chocolate disfrutando de una botella de Pinot noir chileno, Skip dejó un libro abierto en la mesa vacía del comedor: Mañana por la mañana, quien tenga cierto interés en la historia local debería leerlo.

El libro explicaba que en 1920 tres hombres habían planeado llegar a la península Antártica para efectuar el primer vuelo polar. Se bautizaron a sí mismos la Expedición Imperial Británica. Su extraordinario plan consistía en llevar doce aviones a Tierra de Graham, desde donde realizar el primer vuelo sobre el Polo Sur. El líder era John Cope, que había sido cirujano de la expedición 14-17 de Shackleton; los otros miembros fueron Hubert Wilkins, pionero de la aviación australiana; Thomas Bagshawe, geólogo, y Maxime Lester, topógrafo.

No consiguieron reunir la financiación necesaria, y por último la expedición se canceló. Pero Cope pensó que aún podían hacer un trabajo útil ampliando un estudio realizado entre 1901 y 1903, y acabó convenciendo al resto de los expedicionarios para que se unieran a él en isla Decepción la víspera de Navidad. Llegaron a la isla por separado e iniciaron su viaje por la cara occidental de Tierra de Graham en balleneros noruegos. Tras probar diferentes puntos, acabaron desembarcando en la pequeña caleta donde habíamos anclado el Vinson of Antarctica. Lo llamaron “Waterboat Point” (punta Waterboat) en honor a un pecio allí varado ocho años antes por un buque factoría noruego. El barco tenía nueve metros de eslora y tan sólo un metro de altura libre, lo que dificultaba las condiciones de vida, así que construyeron su minúscula cabaña junto al barco y un nuevo «salón» en la cubierta situada sobre las cabinas.

Ya en febrero, tras realizar algunos viajes por la zona, John Cope se dio cuenta de que desde ese lugar no podría llevar a cabo los estudios que había planeado. Decidió posponer la expedición. Regresarían al año siguiente, con barco propio, y partirían de un lugar más adecuado.

Pero Lester y Bagshawe, para sorpresa de los demás, anunciaron que se quedarían. Habían ido a realizar observaciones científicas, y eso era lo que se proponían hacer. Cope y Wilkins lograron marcharse en un ballenero, pero los otros dos se quedaron en punta Waterboat, con la promesa de que los recogerían un año después. Aunque vivían en condiciones muy miserables (todo se congelaba, tenían la ropa hecha jirones y casi a diario comían carne picada de foca) llevaron a cabo un programa científico que habría dejado boquiabiertos a muchos veteranos de la Antártida. Recabaron datos de todo tipo. Levantaron un poste para medir las mareas. Cuando los pingüinos volvieron, también llevaron un registro sobre los huevos y el desarrollo de sus crías.

Un año y un día después de despedirse de Bagshawe y Lester en punta Waterboat, el ballenero regresó para recogerlos. Ese fue el final de la que tal vez sea la más insignificante y, también, una de las más honestas y apasionadas expediciones de investigación de la era dorada de la exploración.

Mucho ha cambiado en cuanto a la seguridad y el confort en las regiones polares desde la década de 1920, pero durante unos pocos meses al año aún encuentras a un pequeño grupo de hombres aislados en este solitario lugar. Acuden a la base chilena González Videla - Bahía Paraíso. Ahora, donde estuvo el pecio que dio nombre a este lugar hay una Casa de botes. Esta simpática expresión chilena alude al pañol de un barco modesto.

Esa noche el viento se mantuvo en calma y no hubo demasiado hielo que nos molestara en el fondeadero. Pero a primera hora de la mañana, apenas quince minutos antes de nuestra cita con los habitantes de punta Waterboat, un gran iceberg con una lengua submarina que intentaba alcanzar nuestros timones nos hizo salir bruscamente. Doblamos el cabo y accedimos con tranquilidad a bahía Paraíso. Mientras navegamos observé la cordillera sobre las cabañas, los tonos turquesas bajo el hielo, los pingüinos que viven cerca de los botes salvavidas prestos a echarse al mar. Es bueno ver que el tiempo no ha cambiado el significado y la función del nombre del lugar. Pensé que «Casa de botes» no podía estar en un sitio más acertado.

 

Kenneth Perdigón

Capitán.

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