Travesía Shackleton III: A nada de la recogida

Hace unos días pasamos tres noches en la desierta bahía Rey Haakon. Cómo es posible que un grupo de balleneros noruegos bautizara este duro, lejano y desolado lugar con un nombre tan civilizado y refinado. Es conmovedor ver con tus propios ojos el lugar donde Shackleton y sus cinco compañeros desembarcaron tras su épico viaje por mar desde la isla Elefante. Los vientos predominantes, por lo general fuertes, te empujan hacia la bahía. Lo que encontramos allí fue el solitario refugio tras las diminutas islas Vincent, que yo describiría como unas pocas rocas que, sin embargo, bastan para mantener el anzuelo pegado a un bendito fondo fangoso.

Tras días de preparativos a bordo, nuestros montañeros desembarcaron en el acantilado Pegotty, donde en mayo de 1916 acampó el grupo sirviéndose del James Caird volcado. Mientras esperaban en este lugar, Henry McNish sacó unos pernos del barco y los clavó en las suelas del calzado de la tripulación para que pudiesen caminar por el hielo con mayor facilidad.

Los vientos fuertes y entablados nos hicieron permanecer ocultos un día más junto a este sacrosanto lugar. A modo de contraste con la tensa y breve salida de la tripulación de este «callejón sin salida», disfrutamos de un tiempo inesperado para observar y experimentar este paisaje histórico y dramático.

Y allí estábamos Phil, Mariana, John y yo, levando el ancla en lo que era el comienzo de nuestra propia modesta aventura que probablemente terminaría al día siguiente cuando nos reuniésemos con el grupo de tierra en la cara norte de la isla. Las indicaciones de Skip eran claras: buscarían refugio en el puerto de Husvik, donde aguardarían nuestra llamada en cuanto llegásemos a la bahía Fortuna.

El sol brillaba en lo alto. El viento era demasiado flojo para navegar, pero después de cuatro horas de navegación, cruzamos sin problemas los bajíos del estrecho Bird. Por fin habíamos llegado a la cara abrigada de Georgia del Sur. El mar era tan azul como pueda serlo en Grecia y plano como una gran tabla de surf de la vieja escuela. De camino a nuestro destino final, pasamos una noche en la bahía Ballena Franca. Un viento catabático barrió mi récord personal de la temporada pasada de viento en este lugar. Al experimentar la misma rara ventana meteorológica que nuestros montañeros, ni un solo nudo de viento asomó esa noche en el fondeadero.

Al día siguiente recorrimos las cincuenta millas restantes admirando la gran cordillera y los altos picos nevados que pasaban por nuestro lado. Fingiéndonos viejos balleneros, localizamos sus canales secretos entre bajíos y rocas.

Una bandada de cormoranes de ojos azules nos escoltó y dio la bienvenida a una bahía de Husvik de hechizo. Aparte de los rastros de la extraña fascinación industrial del ser humano, hay aquí mucha paz. Pureza y silencio profundos. Elefantes y focas. No hemos visto ballenas, pero una enorme foca leopardo jugó con nosotros en el trayecto en bote a la orilla.

Ahora esperamos la última llamada que nos llevará a reunirnos con los alpinistas. Puede que sea hoy, pero no será el final de su gran travesía. Aún deberán emprender los últimos pasos que Shackleton y sus compañeros hicieron desde la bahía Fortuna hasta la entonces poblada estación ballenera de Stromness. Será un alivio verlos esquiar elegantemente hasta la playa. Después de cinco o seis días viviendo en la nieve, pronto estarán de vuelta en el Vinson, exigiendo grandes cantidades de comida caliente y duchas de lujo a lo Hollywood.

Fotografías de Kenneth Perdigón

Kenneth Perdigón

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